Un día, en la Estancia El Pedral
La Estanciera siempre fue un icono para mi mamá, quien desde que yo era muy chica nos contaba una y otra vez una anécdota, cada vez que veía una. Yo nací y crecí en los 90\’s cuándo ya ese vehículo había pasado a la historia. Eran otros, los autos de moda o más comprados.
Una nostalgia y un recuerdo revive entonces en mi madre, cuando ve una, y nos dice: mi papá tenía una de esas, y nos llevaba a pasear los fines de semana a tomar mate y sentarnos en las lomadas de \»la general paz\». Llevábamos las sillas de la cocina, de paja y madera y en ellas nos sentamos, siendo felices y compartiendo. Repetidas veces, cuando pasábamos también por aquel lugar nos lo recordaba.
Claro que en cuanto yo veo una, no demoro en enviarle una foto, y siento ese cosquilleo que seguramente ella siente al contarnos la historia.
El año pasado, en septiembre tuve la hermosa experiencia de pasar una estadía completa, en la Estancia El Pedral. Un casco histórico, de historia galesa en Punta Ninfas, Chubut. Cuando llegamos, guiados por Rita fuimos a hacer avistaje de pingüinos, en su hábitat natural. Realmente era hermoso, caminar por el sendero y descubrirlos como buscando a Wally en dónde se hallaban. En esa época, estos animalitos permanecen más tiempo en tierra ya que están abrigando los huevos de los que luego nacerán sus crías. Así que allí estaban, cobijados entre los arbustos de la estepa patagónica. Luego en la costa, muchos de ellos merodeaban con el fin de alimentarse.
Al regreso de la caminata, un clásico cordero patagónico nos esperaba de la mano del mejor asador. Un recibimiento con empanadas típicas norteñas, y unos ricos vinos. Para terminar de adornar el día de campo, nos deleitamos con un rico te y torta galesa postre típico por la influencia de los galeses en Chubut.
Los turistas que venían conmigo, emprendieron regreso a Madryn luego de un tour por el interior de la propia casa donde habitaban los dueños de la estancia: Los Arbeletche. Yo, me preparaba para capturar las estrellas. Pase mi tarde, sentada en el sofá contemplando el atardecer, y escribiendo el mágico día en mi diario. Mientras, observaba el entorno. La biblioteca y los mles de libros que quería devorar en segundos. Un telescopio, que Camila, la anfitriona no demoró en presentarme a sabiendas de mi pasión: las estrellas, el paisaje y el cielo nocturno.
Se hacía la hora, iban quedando los últimos restos de luz. Un rico plato de salteado de quinoa y verduras, me esperaba tibio en la mesa, preparado por Pablo, el cocinero. ¡Qué decir de sus platos! eran increíbles obras de arte. No solo por como lucian, si no por la exquisitez del gusto.
Pero la noche, no se hacía esperar. De repente, todo en El Pedral se silenció. Los motores enmudecieron, las luces se apagaron, y las estrellas: se encendieron. Se abría el telon para mí, en ese momento. Tenía el escenario perfecto.
Ahí estabamos. La cámara, y yo. Pero también estaba ella, la Estanciera del Pedral. Otra vez, el icono aparecía ahí. Posada al lado de un pintoresco árbol, que resplandecía iluminada por la vía láctea encima. Me regaló, estás bellísimas fotos y debo decir que me tuvo ahí unas horas.
Ya conforme con la producción, elegí descansar algo. Las habitaciones eran bellísimas, con ventanales a los cerros desde todos lados. Acostada, no sé si tenía ganas de dormir o esperar al amanecer. Si bien la propuesta era muy tentadora, venía de días muy agitados y el cansancio me venció.
Amanecí tras un día nublado, pero aún me restaba seguir explorando. Después de un suculento desayuno, Camila me ofreció ir hasta la costa, a disfrutar las cristalinas aguas una vez más antes de irme. Fuimos, como tal vez se imaginarán en la dichosa Estanciera. Qué honor tuve. Mientras íbamos en camino, me contaba que este personaje había sido testigo de numerosas bodas. Cómplice del amor de muchas parejas que elegían esa estancia, y declarar su amor en las costas.
Ahí descendimos, y estaban ellas esperándonos: las ballenas. Fue increíble verlas danzar a la orilla, a escasos metros dónde nosotras estábamos en silencio, sentadas sobre el pedral.
Debo agradecerle toda esta experiencia, a Julitte de Estancia Reserva El Pedral por invitarme a pasar el día, para Vive Argentina.