Aventura en el PN Patagonia: Parte II. El encuentro más esperado
Llegué a la tan ansiada cumbre, allí estaba el cartel que indica la altura de la meseta con el cual me tomé fotos, y todo muy lindo. Pensé en ponerme a recorrer un poco allí arriba, y ver posibles lugares dónde dormir y tirar la bolsa, ya que mi plan inicial era hacer vivak (dormir al aire libre, sin carpa, sólo con la bolsa y el aislante).
Iluminé una vez más, y ¿adivinen qué? Sí, OJOS de nuevo. De repente salió volando, por la forma me pareció alguna águila mora o algo del estilo.
Seguí caminando un poco más y vi una laguna que por mi poca información antes de salir y no revisar bien el mapa, no sabía que estaba. Era hermosa, con un agua azul divino iluminado por la luna. Prendo la linterna nuevamente, y cómo ya sabrán… ¿qué vi? OJOS, nuevamente. Para mis adentros pensé: que no sea lo que yo pienso, que no sea lo que yo pienso… bueno sí. Era nomás.
De noche, en medio de una meseta a metros de la bajada, y aquí mi primer encuentro con el arquitecto del ecosistema: El Puma.
Desde que estoy en el Parque, me pregunté infinidad de veces cómo reaccionaría ante este acontecimiento, en estas características: sola, de noche y no tengo a donde escapar rápidamente.
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¿Qué hago? En segundos se me vino a la mente todo lo que sabía, lo que no había que hacer, lo que sí, cómo era su mecanismo y demás. Sé que no ataca a los humanos, no es su objetivo. Pero me desconcertaba el hecho de que fuera de noche, y no conocer qué es lo que él ve y cómo me percibe.
Fui bastante racional, pese a que el temblor de mis piernas no decía lo mismo. Yo tenía toda la convicción de que mi encuentro con el puma, cuando sea que sucediera, sería de noche. Por una simple coincidencia: ambos somos nocturnos, y en el día dormimos.
Al menos, quiero poder tomarle una foto. Así que eso hice. Coloqué el trípode, lo iluminé con la linterna para hacer el foco, y disparé. Claramente ya me había visto, y estaba ahí. Cuando prendía la linterna se ocultaba entre las rocas, pero no dejaba de mirarme. Disparé varias veces más, estaba bastante difícil porque levemente movía la cabeza, y el angular mucho no ayuda y su imagen se perdía en el encuadre. Decidí ser más osada, y sacar mi cámara con el tele objetivo.
Quitarle la platina y colocarla en el trípode donde estaba la otra cámara, ya era mucha pérdida de tiempo. Las tomé a pulso, y obviamente todas movidas. Pero aquí verán lo que logré rescatar. Decidí irme, y fui retrocediendo mirándolo siempre e iluminándolo. Quién sabe qué pensó el que era, porque encima hacía ruido con la nariz. Los nervios y la caminata me hacen expulsar mucho moco de agua.
Retrocedí entonces y el parecía estar en posición de largar (hacía mi) con la pata delantera cruzada hacia adelante, y la otra delantera detrás. Para mi mala suerte, tenía que bajar pronunciadamente, con lo cual si se me acercaba, lo vería cuando esté a unos 5 metros de mí ya que estaría el, mas alto que yo. Pero no fue así.
Bajé, rápidamente mirando hacia atrás a cada rato. Me resbalé con el acarreo de piedras, caí con todo. Seguí. Por un momento ya me sentí tranquila que no vendría, y seguí caminando los 3 quilómetros que restaban cuesta abajo.
Con muchísima sed encima, sin agua, lloré de nuevo (Sí, intensa). Por momentos paraba la marcha, me quedaba detenida a mitad de camino, me agarraba la cabeza y me tapaba la boca, diciéndome “no puedo creer que por fin lo vi”. Semejante encuentro en un escenario único, bajo la luna, sola y en medio de tanta inmensidad.
En todo el viaje, no había pensado en su presencia. Siempre estoy al acecho de esperar verlo, o tener miedo de que me sorprenda y esas cosas. Como dicen por ahí, cuando menos busques algo, aparecerá. Y así fue. Gracias, por este momento. Por mi fortaleza, por dejarte retratar, aunque no sea la mejor foto. Por ayudarme a la autosuperación día a día, minuto a minuto y recuperar la confianza en mí misma.
[Continua Parte III]